Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1884-1885 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 24 de mayo de 1884
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Ministro de la Gobernación
Número y páginas del Diario de Sesiones: 4, 71-72
Tema: Presencia del partido de las minorías en el Congreso. Acta de Villalón, Valladolid

Ante todo debo aclarar, y parecerá excusado, que al hablar del robo de actas no me he referido en manera alguna al Gobierno, y es raro que el Gobierno haya creído que me he referido a él. Yo lo que digo es que se han robado actas; quién las ha robado, no lo sé: eso es de lo que trataremos en su día y lugar oportunos. Que hay robo de actas lo dice la ley electoral, que precisamente prevé el caso de que puedan robarse. He hablado del robo de actas como delito que puede cometerse, pero de ninguna manera se lo he atribuido al Gobierno.

No tenía, pues, para qué extrañarse el Sr. Ministro de la Gobernación de estas palabras, que no tienen nada de particular.

El Sr. Ministro de la Gobernación nos ha referido un cuento relativo a un país donde había un Gobierno muy discreto, muy prudente y muy moderado. Ese país, sin duda, no era España, porque ese Gobierno que conocemos no tiene nada de discreto, ni de prudente, ni de moderado. Ese Gobierno de fuera de España supo que el jefe de una oposición, que era [71] muy bilioso y no sé cuántas cosas más (El Sr. Ministro de la Gobernación: Muy apasionado), y muy apasionado pensaba presentar su candidatura por un distrito en el cual tenía aquel Gobierno extranjero un candidato muy suyo, muy natural, muy de partido, y al saber que el jefe de aquella oposición se presentaba, impuso a sus amigos no sé cuántas y cuáles restricciones para que aquel candidato se retirara, que al fin se retiró, y todo esto con objeto de que aquel jefe de partido, tan bilioso, tan apasionado y tan vehemente, se quedara solo.

Pues bien; ahora digo yo a aquel Gobierno, que no es español: pues hiciste mal. Si había en aquel distrito donde se presentaba el jefe de una oposición, un candidato natural y legítimo del partido, hizo mal en que no luchara con aquel bilioso; y si no lo hizo así, él sabrá por qué lo hizo; le tendría en cuenta evitar que en aquel distrito se cometieran los atropellos y violencias que se han cometido. ¿Hicisteis lo mismo con los demás amigos que combatían en otros distritos? (El Sr. Ministro de la Gobernación: ¡Si era fuera de España!) Lo que sucedió fue una cosa natural, y es, que aquel Gobierno anduvo indagando por todos los medios que le fue posible, por dónde se iba a presentar aquel jefe bilioso y vehemente, y no lo pudo saber hasta última hora. ¿Y sabéis por qué el jefe vehemente, bilioso y apasionado no quería decirle a aquel Gobierno tan prudente, tan discreto y tan moderado, por qué distrito se iba a presentar? Precisamente para evitar que le dejaran solo en la lucha. Por lo demás, el candidato natural no se retiró porque el Gobierno se lo mandar, sino que el Gobierno dijo: yo no puedo cometer violencias y tropelerías contra un jefe de partido; si quieres luchar, lucha con tus propias fuerzas; y aquel candidato comprendió que no podía luchar con el jefe apasionado y vehemente, y se retiró. Pues ese es el deber del Gobierno en todas partes; dejar que los candidatos luchen con libertad, que bastante tienen los candidatos ministeriales con sólo ser ministeriales. Y luego aquel jefe, como en aquel país hay leyes semejantes a las nuestras, sobre todo en cuestiones electorales, y existe también el procedimiento de acumulación; acudió a la acumulación, y por ella vino, sin necesidad de que quitara aquel Gobierno prudente, previsor y moderado ningún candidato. Conste, pues, que ese cuento se lo debe contar su señoría a otros, que aquí no hace efecto.

Si S.S. quitó ese candidato al jefe de esta oposición, se lo quitó porque ese candidato no podía luchar con él. Si algún otro individuo de esta minoría se ha encontrado en el mismo caso que su jefe, ha sido también porque la lucha hubiera sido inútil, porque para derrotarle hubiera sido necesario cometer tantas y tantas tropelerías, que el Gobierno, que tiene un valor inconcebible para eso? (El Sr. Cárdenas: ¿Cómo las que se cometieron en Ávila en tiempo de S.S.??- El Sr. Presidente agita la campanilla, mientras los señores Sagasta y Cárdenas sostienen de banco a banco un animado diálogo).

Lo más natural, porque S.S. es hombre más importante, es hombre que ha prestado mayores servicios que yo; por eso S.S. no ha luchado en Ávila.

Conste, pues, que esta minoría está aquí por derecho propio; que no debe nada al Gobierno, a quien no ha pedido nada, ni ha querido aceptar nada de él. Después que conste esto, S.S. dirá todo lo que quiera; pero S.S. no quedará bien y mucho menos como Ministro del Rey.

No tengo más que decir. [72]



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